Y el clarín estridente sonó…

Con la candidez de un niño he tomado a ciertas metáforas por literales. Necesité años en darme cuenta lo que significaban. Hay otras, sin embargo, que mantienen su belleza intacta, por el misterio impenetrable que encierran.

Que el clarín sonara estridente no me parecía imposible, porque era lo único que podía arrancar de ese instrumento, que por su simpleza, encerraba una gran nobleza. El llamado a unirse a luchar por un objetivo común.

Viví muchos desfiles de 25 de mayo, con el sol matinal de invierno que fundía la helada de la noche, levantando del suelo un « humito blanco ». Parado en formación con la « banda lisa » de mi colegio, listo para abrir el desfile delante de la bandera. Una vez llegado al final de la calle San Martín, donde nos esperaba el Yeye con bollos de leche, volvía corriendo mientras me limpiaba el azúcar de la boca con las mangas del guardapolvo, para agarrar la trompeta y terminar el acto con la marcha San Lorenzo.Esa primera fanfarria era tan alta como el Aconcagua. Había que escalarla indefectiblemente si se quería llegar al final. El Yeye, que era el panadero del pueblo, sonreía a la distancia al escucharnos.

Con los años he tenido la inmensa fortuna de conocer pueblos y tradiciones desde lo más profundo de sus acerbos culturales, la música popular. Me ha sucedido muchas veces que luego de un concierto, donde nos habíamos aplicado en presentar un programa equilibrado y curado, con una literatura que reflejara lo mejor de la creación bandística, alguien se acercara y me dijera: ¿maestro? me faltó una marcha al final. ¿Sabe? esa tan linda que me trae recuerdos de mi infancia. Y creo que todas esas personas, en el fondo tenían razón.

Por más fundados que sean los argumentos por los que hemos abandonado algunas tradiciones (el principal sea quizás nuestro deseo de salirnos de la periferia cultural), sigo pensando que la expresión popular más genuina, que identifica a la banda como al único vehículo de comunicación capaz de atravesar todas las capas de nuestra sociedad, es la marcha. Toda una escuela si se desea aprender a tocarlas verdaderamente. Porque como dijera más arriba, hay tradiciones, convenciones, pactos hechos con el tiempo y las circunstancias, que son un libro abierto para el que quiera conocer cómo viven y han vivido ciertos pueblos.

Pienso en el andar cansino de « Alte Kamaraden », marcha de tradición alemana, pienso en la robustez de sus bajos y sus « ritenutos » naturales, que suceden casi por milagro a cada final de frase, para luego retomar el paso firme. O bien en la francesa « Sambre et Meuse » que anda rápido, « à pas-redoublé », doblando el paso clásico, casi como corriendo. Ese mismo estilo encuentra su traducción española en los pasodobles taurinos, que tanto nos han hecho vibrar de chicos, España Cañí, Suspiros de España, El Gato Montés, Gallito…sin contar la influencia de la zarzuela o la de las festividades de moros y cristianos, que son, ambos, géneros inmensos.

Qué decir de todas las marchas sinfónicas italianas, igualmente un universo en sí mismas, ligadas al bel canto y a la ópera. Con forma de « sinfonía » u obertura, presentando varios temas ligados con maestría, como si luego fueran a aparecer en la ópera imaginaria que les seguiría. No hay banda de escena alguna de Verdi, Donizetti o Rossini que no haga referencia a esta tradición. Sin hablar de los Ponchielli, Orsomando o Delle-Cese. 

Mientras escribo recuerdo otra imagen de juventud. La banda suiza más antigua, fundada en 1804, la Landwehr de Fribourg, realizaba una gira por Argentina. Un centenar de músicos, con dos hileras de tambores delante, desfilando por la peatonal de Córdoba, con sus uniformes azules de época, con charreteras ornamentadas de rojos y dorados, con sus sombreros de pluma, tocando la marcha San Lorenzo. Una imagen tan fuerte por el gesto de respeto de la banda hacia el pueblo que los recibía, que la gente aplaudía y lloraba al mismo tiempo.

La Landwehr finalizaría el concierto nocturno que tocara en el teatro Libertador de la ciudad (con un programa que incluía Pinos de Roma de Respighi), nuevamente con la marcha San Lorenzo. Otra vez la fijación mía, desde el paraíso del teatro, con el Aconcagua de la primera fanfarria. El trompeta escaló la montaña como si fuera un lomo de burro. Sin esfuerzo alguno. La gente siguió aplaudiendo y llorando.

Nunca hubiera imaginado que quince años después, dirigiría esa banda durante dos temporadas, siendo el primer director extranjero de la historia de la formación. Ni bien comenzó el primer ensayo, miré hacia las trompetas. Paolo, suizo-italiano, estaba todavía firme en su posición. Nos emocionamos todos cuando les conté la anécdota en mi francés rudimentario, diciéndoles cuánto me había marcado siendo joven, el hecho de haberlos escuchado por las calles de mi ciudad. 

La historia de San Lorenzo no termina ahí. Revolviendo partituras en el CDMC de Haute-Alsace (https://cdmc68.com/mediatheque/), que es quizás la única biblioteca especializada en Europa en literatura para instrumentos de viento, con más de 50.000 documentos, entre partituras y libros, me topé con una versión de San Lorenzo, editada en la tradicional casa Molenaar, en su famosa serie « Marstriomfen » con el número 64, por su fundador, Jan Molenaar.

Mi primera reacción fue, ¡claro!, mirar el Aconcagua. Molenaar mantiene la tonalidad de origen, Si bemol, pero baja de una octava el primer compás, además de completar la armonía del famoso arpegio.

Con el tiempo sabríamos que nuestra marcha emblemática, no sólo había atravesado fronteras, sino que se establecería como una obra imprescindible del género.

Por ello me dije que, como tantas otras obras tradicionales, esta marcha debía formar parte de la literatura pedagógica existente. Y esto por diversas razones. Por un lado permitir a las bandas de niños y jóvenes abordar ese repertorio de manera adaptada a su nivel, y por otro, permitir que a través de la obra, los chicos se conecten con el contexto histórico que contribuyó a que nos forjáramos como pueblo. Reconectarse quizás con un patrimonio.

Desde un punto de vista estrictamente técnico, una orquestación adecuada a una dificultad media es entonces necesaria. La tonalidad de Mi bemol es un buen compromiso en este aspecto. Permitiendo que la fanfarria inicial mantenga su diseño arpegiado original, pero que al mismo tiempo no constituya una dificultad insuperable. Algunas fórmulas rítmicas han sido a su vez facilitadas, sin traicionar el espíritu original. La instrumentación elegida es la utilizada por lo general en las bandas juveniles a nivel internacional. Con sólo una parte real de flauta, una línea de bajos común, y con suficientes duplicaciones para evitar exponer demasiado a ciertos atriles.

Los instrumentos considerados como raros en las bandas debutantes, como el oboe o el fagot, quizás también el saxo barítono o el clarinete bajo, están suficientemente cubiertos en caso de que no estuvieran presentes. Se han evitado las tesituras extremas, aunque el ámbito melódico es bastante generoso en cada instrumento, por lo que el nivel necesario es lo que en Europa o EE.UU llamaríamos un grado 3.

He optado por una sección de percusión tradicional, redoblante, bombo y platillos, además de una parte de lira. Como por lo general la marcha es tocada al aire libre, no he incluído timbales, además de ser más bien raros en nuestras formaciones locales.

Clarinetes, trompetas y trombones, si bien divididos en 3, funcionan casi siempre en dos partes reales, con suficientes duplicaciones en caso de ausencia de algún instrumento. Lo mismo sucede con los cornos. 

Si buscan en el menú « Music » de mi sitio web, encontrarán el material completo de la marcha. Espero les sirva para su estudio.

La idea de este arreglo está muy lejos de querer remplazar al original. Por el contrario, el deseo es que sea una puerta de entrada, para que algún día la ascensión del Aconcagua sea más placentera, y que la estridencia del clarín recobre el misterio de aquella bella metáfora que nos incita a unirnos a través de la música. 

Published by Miguel Etchegoncelay

conductor, teacher, composer

One thought on “Y el clarín estridente sonó…

  1. ¡¡Bravisimo Miguel!! ¡¡Bellísimo!! Inspirador y descriptivo. Gracias por compartir. Esa infancia de sones de clarín y dulces. ..Bellísimo. Abrazo grande.

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