Predicar para una grey ávida de escuchar una voz que represente su frustración y su enojo, su hartazgo o su decepción, sin importar la naturaleza de sus orígenes, ha sido históricamente el camino de los griterios populistas de todo sector y color.
Estos últimos saben, maliciosamente, que el género humano es capaz de atrocidades innombrables cuando su poder o su condición se ven amenazados.
El populismo favorece la toma de atajos, se salta las etapas, y con voz dulzona crea capillas ardientes de fieles fanatizados, que se ven representados e inexorablemente atraídos a esa especie de droga que es la fe ciega en algo que les produzca efecto inmediato, el impulso de la tabula rasa. Les reconforta el evitar pensar, ofreciéndoles un bálsamo de tranquilidad en medio del ruido circundante.
La idea de pueblo o comunidad homogénea es un ideal irrealizable, pero los que sí pueden serlo son los principios de igualdad y justicia. La riqueza de un pueblo reside en realidad en su heterogeneidad individual.
Los grupos que se generan en una comunidad cerrada tendrán impulsos totalizantes, en nombre de cosas de peso para la gente, como la patria o la religión, defendiendo a sus propios dioses, por supuesto únicos y superiores, promoviendo la violencia hacia todo infiel que no se digne a quedarse del lado de adentro de la línea que han trazado.
Los grandes proyectos culturales de progreso humanos han sido construidos desde un terreno más neutral, o si se quiere más moderado o centrado, con la activación consciente de los dos oídos, capaces éstos de escuchar hacia un lado y el otro, sin olvidarse nunca de que si incluso se viaja a los extremos, se encontrarán con personas, con las cuales seguramente se descubriría que se tienen más puntos en común que desacuerdos. Estos proyectos se han dado inevitablemente luego de grandes catástrofes humanitarias o crisis bélicas.
Al final de cuentas, todos quieren vivir, comer, dormir, abrigarse, educarse, trabajar en dignidad y sentirse protegidos por un marco de paz y de respeto de las normas de convivencia, para ver crecer a sus hijos y morir arropados con valores seguros de amor y protección.
Por el contrario, pretender construir un grupo mesiánico desde una posición extrema, cortando de cuajo con una motosierra todo lo que le impida alcanzar su propósito hegemónico, o dicho de otra manera, hacer política en términos de aniquilación de enemigos en lugar de respeto y honra del adversario, nos ha entubado en una polarización intolerable, succionando el poco aire remanente en el intersticio de esos extremos. Hoy aparece como algo imposible el situarse en ese punto medio. No se lo acepta, es un espacio para cagones, para tibios, para pusilánimes, incluso visto torcidamente, para sesgados.
Rusia-Ukrania; Israel-Palestina; K o anti-K; Massa-Milei; Messi o Maradona, para los de entrecasa…
No digo que estos binomios complejos sean comparables, lejos de ello. Cada uno de éstas entidades deben ser puestas en sus contextos históricos, geográficos y culturales para entablar un análisis. No es la pretención de este texto. Lo que sugiero es que son la metáfora perfecta de la polarización extrema de un fenómeno que tiene muchos más grises de lo que se pudiera creer. Los que juegan al blanco o negro, dogma barato de gente pícara, han comprendido que a través de una cultura del rechazo, incluso del miedo al otro, y de la manipulación intelectual, es posible cristalizar sociedades de individuos en grupos distinguibles, borrando todo matiz, para imponer, con una violencia y deshonestidad energúmenas, que el otro es el culplable, el enemigo, al que hay que alienar, ningunear, aniquilar. Generando lo que nosotros, también de entrecasa llamamos una grieta.
La persona acomodaticia, militante, enfervorizada, tomará posición rápidamente por uno u otro bando. Esto la ayudará a sentirse protegida, en una manada, en una iglesia, donde se comulga por una causa que moviliza a otros fieles como a ella, se sentirá identificada, representada. La contrapartida de esa pertenencia al grupo consiste en jamás ponerlo en duda. Jamás.
Si lo haces eres un soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña; un vendido; o lo que nosotros conocemos de entrecasa como un cipayo. Salvo que éste cipayo nuestro está más al servicio de un interés extranjero difuso, indefinible, externo a los límites de patria que le imponemos. La sacralización de los lazos de sangre nunca ha dejado de ser dañina. Nunca pongas en duda a tu familia política.
La persona pensante, con juicio de valor, con luces humanistas, de horizonte republicano, viajera del mundo, permeable a las culturas diversas, tendrá muchos problemas para alinearse; pues su noción de la tolerancia le impide poner límites muy marcados, a sabiendas de que con esto siempre alguien queda afuera; sin olvidarse de que además sus oídos escuchan en stéreo, hacia todo lo que lo circunda. Esta idea no significa en nada ser políticamente correcto, como a mucha gente se les caería de la boca; sino lo contrario, entender que el otro simplemente respira como uno, y que no hay nadie bajo el sol sin muerte. Esa la única certeza incontestable.
Esa escucha y análisis pacientes lleva tiempo. Es un proceso de lentitud. La lectura fina de la situación necesita sopesar muchas ideas. En esos instantes de construccion de un juicio de valor, éstas personas son violentadas al ser llamadas tibias; ridiculizadas como reaccionarias cuando osan mostrar, con coraje, una posición con matices, donde queda siempre un espacio para la duda, para la reflexión, para la posibilidad de cambiar, para la creatividad. Pareciera una postura naïve, pero está lejos de serlo.
Quizás sea este el último bastión de la esperanza.